sábado, abril 23, 2005

15 horas en Barcelona

Desde una de las ventanas de la oficina logro ver el Paseo de Gracia; el día se ha levantado nublado y el aspecto antiguo y oscuro de los edficios que me rodean me recuerdan que yo estuve allí hace unas semanas.

La aventura de coger un puente aéreo a Barcelona se ve empañada por la premonición de un día largo, en compañías poco alentadoras y desempeñando funciones / tareas que no encajan con mis expectativas.

Durante unos largos minutos me convierto en "la secretaria" de mi jefe, el espíritu de equipo del que tanto presume brilla por su ausencia delante de los clientes; me siento un "Ceniciento", de rodillas en el suelo fregando la mierda que mi apoderado deja a su paso.

La hora de la comida (o los escasos 20 minutos que nos quedan dentro de la apretada agenda que nos toca vivir un VIERNES) la paso comiéndome marrones que me mandan y que no se corresponden con mi trabajo, mientras el manager lidia y se lleva todos los trofeos de los que nos dan la plata... el mal trago lo supero murmurando por lo bajo, insultándole como a mi peor enemigo y pegando disimulados golpes en las paredes de SU oficina (de mierda)... no soy violento, lo juro.

Ya son las 9 de la noche, la jornada se ha terminado y por fin, ilusionado, sueño con volver a casa y meterme en la cama, pero no, el big boss me anuncia que cogeremos el último vuelo hacia Madrid, todavía quedan cosas que hacer... la posibilidad de quedarme a dormir en Barcelona comienza a coger fuerza, y mi estómago se retuerce... vacío, por supuesto, ya que uno no come ¿para qué va a cenar?

Mis dientes aprietan con fuerza, pero por fin salimos de la cueva en la que hemos estado metidos durante más de 12 horas, cogemos un taxi que nos lleva hasta el Prat y mis ganas de reconocer las calles por las que estuve paseando en mis vacaciones de Semana Santa se disipan prometiéndome volver para desintoxicar la sensación amarga que me deja esta "escapada-laboral".

El vuelo se retrasa, no llegaré a casa hasta la 1 de la mañana, pero ya me da igual, desconecto de mi jefe, cojo aire llamando a mi Gilda que, como siempre, me baja de nuevo a la tierra y me hace ver que las cosas no son tan negras, que aún hay luz al final del túnel... qué dramático, ¿no?

En el avión me hago el dormido para evitar cualquier conversación con el magnate que me contrató, lo único que siento hacia él es lástima, no tiene vida privada, vive para trabajar y su mujer le pone los cuernos (todos lo sabemos)... y es que ya se sabe, "el que siembra vientos recoge tempestades".

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