viernes, septiembre 24, 2004




El trabajo, los novios y las novias, otros compromisos... son cosas que hacen que se abandonen ciertas amistades. Pero lo que no tiene perdón es que viviendo a escasos 300 metros de distancia no puedas llevar una relación medianamente normal con un colega.

Por eso, aprovechando que Pepita y yo estamos en paro, ayer decidimos "reencontrarnos" y hacer de su apodo una realidad.

Lo primero que teníamos que hacer era situarnos en pleno Madrid (bueno, dejémoslo en la calle Princesa y alrededores) y el resto consistía en dejarnos llevar. La muchacha ha decidido estudiar este año Derecho, asi que la visita al campus de Moncloa para hacer la preinscripción era inevitable, el recuerdo de los nervios de los primeros momentos de Universidad y el revuelo de hormonas y acné por allí, me hicieron sentir orgulloso de haber salido con éxito (recientemente) de mi etapa como estudiante (ni ganas de volver a estudiar, ni envidia de aquellos a los que todavía les quedan "n" años de tortura).

Comida en el chino de rigor (el Gran Muralla de la calle Gaztambide) donde tantas veces hemos compartido el menú-C (rollito, arroz 3 delicias, pollo al limón, helado o flan y el chupito de manzana SIN alcohol) y más de una confidencia... Allí hemos pasado mucho tiempo, las comidas se nos hacían eternas y al final ella se evadía de sus clases del CEU, yo aplaudía sus pellas y mis pocas ganas de estudiar.

Después de una miradita al pasado, de repetir menú-C (y añadiendo una novedad: el arroz Ku-bak, que sabe como los Monchitos), de ponernos al día y de un intento de arreglar el mundo, Pepita me pide ayuda para escoger los zapatos para una boda... Maldita la hora, porque los zapatos fueron lo último que se compró: varias paradas en el paraíso INDITEX de la calle Princesa bastaron para que volviéramos a casa, ella como Julia Roberts cargada de bolsas por la 5th Avenue, y yo como Richard Gere... bueno, dejémoslo como el mero acompañante de la estrella.

Ocupando más de 2 asientos en el autobús (doy fe) por el exceso de bolsas, la vuelta a casa se hizo corta pero divertida; una de las cosas que más ilusión me han hecho es que a pesar de todo, la Pepita sigue conservando ése sentido del humor que tantas carcajadas me sabe arrancar, y es que hay cosas que no cambian nunca (y menos mal).

Una vez recibido el golpazo de realidad cuando llega nuestra parada, a la paya le siguen entrando ganas de sacudir más su tarjeta y decide comprarse un maquillaje (que yo sigo sin entender que éso sea maquillaje... si no se ve ná!!) y se nota que es clienta habitual, porque hasta yo me llevé regalitos.

En la noche hubo más "reencuentros", Ovejitas parece que reaparece en mi vida (aunque de ella sí que no hay ninguna duda de que no ha cambiado nada). Con sus historias convertidas en un sketch del Club de la comedia, de nuevo mis carcajadas volvieron a sentirse por la zona.

Si es que lo más cojonudo de tener buenos colegas es que sepan hacerte reir (y Pilarinchi imitándolo después, más todavía).

Y me da igual que me llamen feliciano...

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