martes, agosto 30, 2005



Hablar de mi verano es dejar el tema de las amebas aparte...

Están pasando las vacaciones a un ritmo vertiginoso, parece que fue ayer cuando dí un portazo de los míos a la ya histórica oficina del barrio de Salamanca y me encaminaba feliz a recibir mis días de descanso y gira veraniega.

Todo empezó con una noche de fiesta en el bar La Resuelta, visita obligada a Ohm y salida a horas intempestivas... algo que mereció la pena tras conocer a Juan Carlos en plena Gran Vía (flechazo frustrado por incompatinilidad en los horarios y en las fechas de mis días de libertad).

El resto ha consistido en viajar:
- Mi familia vitoriana (de lo mejorcito que hay) me recordó que el norte es uno de los mejores sitios para vivir. Pocos días que merecieron la pena y que relajaron el intenso ritmo de los últimos fines de semana.

- Túnez nos recibe a Aramis y a mí con los brazos abiertos, expectantes y emocionados chocamos frontalmente con una cultura, una forma de ver la vida y unas tradiciones que a mí me dejan boquiabierto. Intentos por ser un país que lucha por estar a la altura de los más occidentales y de dejar aparte lo más radical de la religión que domina Túnez (a pesar de la excelente conviviencia entre judíos, musulmanes y cristianos). Costumbres machistas, playas nada llamativas, un desierto que nos dejó sin habla, los españoles turistas que nos hicieron pasar vergüenza ajena, el descubrimiento de una gastronomía nada digestiva, la pasividad de los que sirven, la ausencia del alcohol, la falta de higiene y de respeto por las señales de circulación, los chanchullos con los taxis, el té a la menta... muchas cosas que darían para horas de conversación, y que nos sigue emocionando contar.

Desde luego una de las mejores experiencias ha sido compartirlo con Aramis, gran compañera de viaje, de charlas interminables y de silencios encubridores de una visita que tardaré mucho tiempo en olvidar.

- Las sorpresas de un nuevo lugar se vieron suavizadas por un viaje de lo más cómodo dentro de mi añorado país. La necesidad de una alimentación cercana, el idioma natal, el turismo cañí, las matrículas europeas y el agua más potable que nunca me impulsaron en una aventura llena de sorpresas con mi querida Gilda.
Cádiz era uno de los destinos más deseados en este verano, y con insistencia y tenacidad conseguimos hacernos un hueco en el Hostal Las Margaritas de Tarifa. La habitación "Viento" hizo que nuestra estancia fuera agradable: con un baño más grande que la propia habitación (para algo era para minusválidos) nos acoplamos perfectamente y en unas horas nos hicimos con la ciudad.

Gilda, nuestro nuevo coche alquilado y mi mejor predisposición como conductor nos llevaron de paseo por las mejores zonas del lugar. Guiados por los más expertos tarifeños desde Madrid, descubrimos playas en las que teníamos cobertura con una compañía de Marruecos, surferos que hacen de ese deporte su mayor vocación, tiendas con unos precios desorbitados, hippies que visten discretos bañadores de Quick Silver, alocados seres que nos saludaban e intentaban integrarnos en la marcha nocturna, ataques de risa provocados por nuestra gran complicidad y el poderoso influjo de los vientos que se cruzan en esa maravillosa punta de la península.

Como muy bien ha dicho Gilda, yo también quiero repetir, ya nos conocemos bien la zona, y entonces seremos nosotros los que nos convertiremos en los guías de los que quieran acompañarnos.

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