domingo, junio 12, 2005

Domingo

Habíamos quedado a las 14:30 para comer, es domingo y la noche anterior habíamos salido... mucho. Ya por la noche (o más bien por la mañana porque estaba amaneciendo) cuando íbamos en el taxi dudaba de si conseguiríamos levantarnos, pero no tuvimos problemas, una buena ración de comida china con sus variedades y en muy buena compañía levantan el ánimo y empujan a cualquiera de la cama.

Hace sol y mi cabeza da vueltas alrededor de sí misma, o al menos eso es lo que me parece... Vuelvo a pensar en las copas que me tomé y pierdo la cuenta a partir de las 2 de la mañana. Definitivamente es un hábito social que puede ser un problema en el momento en el que lo extienda al lunes o el martes.

La cuesta de mi casa hacia el chino se me hace eterna, las calles están desiertas lo que me recuerda la exquisita puntualidad de este pueblo / país en lo que a hábitos culinarios se refiere.

Se me vienen a mi cabeza desubicada las caras y los nombres de algunas de las personas con las que compartí la noche. Muchos de ellos eran nuevos, y la mayoría nos mirábamos asombrados por la cantidad de gente que éramos capaces de juntar cuando nos lo proponíamos. Como decía mi amiga, aquello parecía el salón de una casa.

Pero llega un momento en el que el salón se transforma en un fumadero de opio: el humo de los cigarros nubla la habitación y las caras empiezan a dibujarse borrosas, todos con sonrisas forzadas por la embriaguez de la bebida tan económica del local. Se respira muy bien rollo y me siento feliz de ver a tanta gente sonriendo...

Pronto mi felicidad se ve eclipsada por la búsqueda incesante de dos caras que captan mi atención. Una la tengo delante, no es nueva para mí y mis sentimientos hacia ella habían sido algo negativos hasta entonces. Pero algo he visto en ella que me ha hecho cambiar de opinión... y me gusta. La otra cara se me presenta desde el recuerdo, tengo una cuenta pendiente con ella desde el fin de semana pasado y ha ocupado parte de mis pensamientos a lo largo de la semana; tengo la necesidad de encontrarla.

Nada sale bien cuando uno va buscando, aún así me acoplé mi disfraz de "lechuza" para no perder detalle; algunos de mis colegas siguieron mi ejemplo y comenzaron a otear, los que mejor se lo pasaron fueron los que no llevaban disfraces y se aprovecharon de la noche bailando.

Por una vez me convertí en uno de "ellos", y aunque estuvo divertido, prometo dejar los disfraces en el armario para cuando llegue el carnaval.

Menos mal que uno sale muy bien acompañado para que le pongan los pies en el suelo sin perder del todo la ilusión (y se compre bocatas de pollo con pimiento a las 7 de la mañana... qué grande que es).

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