domingo, febrero 27, 2005

Querido Pedro:

Curiosa forma de conocernos: en la Gran Vía de Madrid a las 6 y cuarto de la mañana; apoyado en una de las modernas barandillas buscabas un taxi con la mirada mientras tu acompañante (una chica de rasgos orientales, algo más bajita que tú y de asombroso parecido con la protagonista de El Amante) se desvivía calle arriba y calle abajo por encontrar a alguien que le acercara a su casa.

Mi amiga estaba igual, con su "caja" de arroz tres delicias (lo oriental comenzaba a cobrar importancia) y parando todo taxi (ocupado o no) que pasara cerca de nosotros. Mi postura era como la tuya, para qué perder fuerzas si ninguno lleva la famosa luz verde y somos muchos los que buscamos lo mismo.

De repente te fijas en mí, me sonríes, y comienzas a imitar de forma exagerada y cómica, los movimientos que tanto mi amiga como la tuya realizan para llamar la atención de los conductores. Me hace gracia y comienzo a imitarte, parecemos sacados de un sketch de Mr Bean: entre su pequeña estatura, su forma de correr con los tacones y sus gritos en un idioma desconocido, la chinita que te acompaña se cruza constantemente con mi amiga, completamente ebria y despreocupada por los coches que se la pueden llevar por delante.

Todo comienza a adquirir cierto tono competitivo: ellas para ver quién consigue antes un taxi, y tú y yo para ver quién hace reir antes a quién con el gesto más absurdo (ganas tú con tu improvisado papel como "agente de movilidad").

Nuestras amigas consiguen su objetivo, somos dos parejas con distintos itinerarios, y el taxista se decide por el recorrido que le plantea mi colega (quién no...); nos juntamos todos y nos ofrecemos a acercaros a Moncloa, al fin y al cabo la labor ha sido conjunta.

La chinita se sienta delante, entro yo detrás, a continuación mi amiga, y tú te quedas en el lado de la puerta, en cuanto arranca el coche tu brazo rodea los hombros de mi amiga (que se mantiene entretenida dando conversación al conductor alternándolo con pequeños bocados a su arroz tres delicias), y me miras, sonríes de nuevo, vas a decir algo pero te arrepientes...

Mi amiga te da conversación, no eres un chico tímido y enseguida te empatizas con ella y utilizas tus brazos para empezar un contacto físico que tiene como meta tocarme también a mí... Me tocas, me aprietas el hombro como quien da consuelo y yo sonrío, no se me ocurre hacer otra cosa, y me temo lo peor. Me miras de nuevo y por fin lo sueltas (se acerca vuestro destino y no debes desaprovechar la oportunidad); tú mujer y tú queréis continuar la noche con nosotros dos... una copa en vuestra casa y lo que surja...

Sonrío, me aprietas el hombro esperando una respuesta y mi amiga sigue comiendo su arroz ajena a tu proposición (tu chinita parece dormida en el asiento de delante); te contesto amablemente que estamos cansados, que muchas gracias... que otra vez será.

Llega vuestra parada, tu mujer se baja decidida, chapurreando algo de español pero sin ninguna lógica semántica... esperas una última respuesta pero mi mirada es de rechazo, nos plantas dos besos y te marchas con el arroz de mi amiga que te lo ofrece por simpático.

De camino a casa comentamos la jugada el taxista y yo, porque Pepita insistía en un discurso basado en la felicidad y el empeño por ser amables con los que nos rodean... pero no tanto, amiga mía.

Querido Pedro, fue un placer conocerte, yo me quedé con las ganas de saber cosas, pero me quedo con la experiencia de la única proposición interesante que tuve en toda la noche.

Otra vez será...

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