martes, noviembre 02, 2004

El Arenal (Ávila)

Pepita me cita en su casa a las 11 de la mañana... Resacoso pero con ciertas ganas de perder de vista Madrid, me presento impuntual en su puerta... cuando me abre, el horror y la desesperación cubren mi rostro y me dan unas ganas inmensas de gritar y de pensar que todo es fruto del delirium tremens causado por el alcohol del viernes: Pepita me recibe rodeada de bolsas y cajas como si fuera un árbol de Navidad...

Conseguimos cargarlo todo en el coche, entre tacos y maldiciones por mi parte sin llegar a entender el exceso de equipaje que esta nueva Piquer llevaba para dos días. Cual matrimonio marroquí emprendemos la marcha buscando una mano amiga que nos lleve parte del equipaje en la siguiente tanda, ya que las otras dos ocupantes (Laire y Aramis), o se iban en autobús o no cabían en mi humilde vehículo. Localizamos a Josechu y conseguimos endosarle (casi una hora más tarde) dos camas hinchables, el equipaje de Pepita, el de Laire y algunas bolsas llenas de calabazas con agujeros en forma de ojos, nariz y boca...

Hacia la una y media de la tarde ya estábamos de camino hacia Talavera de la Reina con el culo del coche rozando el suelo. Atasco a la altura de Móstoles y un viaje amenizado por Hombres G, el baile del canguro (moviendo el culo) y los comentarios que hacían Laire y Aramis del Hola y el Lecturas que habían comprado en la gasolinera.

Llegamos sin problemas a El Arenal (Ávila) y mientras Pepita localizaba por teléfono a la dueña de la casa (la Teodora de Antonio el de los camiones) por fin disfrutábamos de un paisaje montañoso y otoñal único de esa zona de Gredos.

La casa rural estaba situada en lo alto de una montaña que rodeaba al pueblo, y llegar hasta ella fue toda una aventura dadas las características de mi coche-de-ciudad, el peso y el camino de barro que llevaba hasta algo parecido al portal de Belén.

Una vez dentro de la casa, el marido de la Teodora comienza a darnos las instrucciones: la calefacción funciona a base del calor que emana la chimenea, el agua caliente y la nevera dependen de un calentador que hay en la cocina, y la luz eléctrica de una bomba de gasolina que se encuentra debajo de la piscina y que tenemos que rellenar cada tres horas... Nuestra cara lo decía todo, y la de los caseros también ("pijos de mierda").

Una vez nos dejan solos, los cuatro comenzamos a hacer nuestra la casa: colocamos el equipaje y comienza la espera del resto que están empezando a salir de Madrid. Yo me emociono colocando leña para la chimenea e intentando mantener caliente el salón, y me siento como el padre de familia de La Casa de la Pradera...

Por fin va llegando la gente, Josechu, Pilarinchi, Miguelón y su amigo David flipan con el funcionamiento de este caserío, pero pronto nos animamos preparando la cena y colocando los adornos caseros que improvisamos para la noche de Halloween y el cumpleaños de Nachete y Pilarinchi. Cuando llegan Gabi, su hermana Maytetxu y Nachete ya está la familia al completo, y "el huevo" de Aramis vomitando a todo volumen canciones de Los 40 Principales (total, como no teníamos vecinos a unos cuantos kílómetros "a la rotonda"... ¿o era a la redonda?).

Nos disfrazamos de miedo: unos de brujos, otro de monje-satánico algo fashion, otra de Miércoles, una pareja que más que miedo daba risa (parecían Las Virtudes) y Nachete y Pepita de momias... aunque al poco rato a la momia hembra se le cayeron todas las vendas y sacó su disfraz de repuesto de Morticia Adams (ahora entiendo el por qué de tanto equipaje...).

La cena estuvo bien: canapés varios adornados con arañas, moscas y demás bichos de plástico; pero lo mejor fueron los cubatas de después, que convirtieron aquella Casa del Terror en un Sodoma y Gomorra algo más light pero igual de erótico-festivo que el original; no hubo juego de hielos por medio, pero sí el de "beso, verdad o atrevimiento" bajo mi proposición... Ais, parecíamos un batiburrillo de "Al salir de clase", "Gran Hermano" y "La Granja".

A las seis de la mañana las camas empezaban a llenarse de cuerpos que no eran capaces de vocalizar más de tres palabras seguidas, algunos arrepentidos de sus actos libidinosos y otros demasiado excitados por el alcohol y las hormonas.

En fin, que una vez más se demuestra que hace falta estar lejos de casa para sacar la verdadera fiera que llevamos dentro.

Al día siguiente unos cuantos volvimos para Madrid y otros se quedaron guardando la casa de la Teodora, mientras los gatos curiosos y ronroneadores seguían intentando formar parte de un equipo muy cachondo.

Vamos, que si me dicen de volver la semana que viene, yo me apunto.


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